La expresión “el enemigo de mi enemigo es mi amigo” ha cobrado todo su sentido en uno de los hallazgos más recientes en la investigación sobre uno de los problemas que más preocupan al sector sanitario: la resistencia de las bacterias a los antibióticos.
Investigadores de la Universidad de Pittsburgh (Pennsylvania, EEUU) y el Howard Hughes Medical Institute de Chevy Chase (Maryland, EEUU), han presentado en la revista “Nature Medicine” un estudio donde aseguran haber hallado un tipo de agente infeccioso biológico al que han denominado como “bacteriófago” y que podría ser un inesperado aliado en la guerra contra las “súper bacterias.”
La idea sobre la que se sustenta el hallazgo no es nueva. El uso de bacteriófagos para combatir infecciones se remonta hasta principios del siglo pasado, encontrando diferentes estudios y experimentos al respecto de investigadores franceses, rusos y británicos. No obstante, la ausencia de resultados desalentó la continuidad de la investigación.
Ahora, con el hallazgo realizado por el profesor Graham Hatfull y su equipo, de la citada universidad y centro, se ha retomado el interés por estos virus capaces de devorar bacterias.
Gracias a una cuidadosa selección de bacteriófagos, el equipo de Hatfull fue capaz de tratar una infección grave que estaba experimentando un paciente adolescente con fibrosis quística, la cual propiciaba la aparición de diferentes infecciones. Tras someterse a un doble trasplante de pulmón, los doctores del paciente (profesionales del Great Ormond Street Hospital de Londres) advirtieron cómo la herida causada por la cirugía evidenciaba una infección del hígado, así como la aparición de diferentes nódulos por todo el cuerpo. Dichos nódulos contenían un tipo de bacteria que trataba de “emerger” a través de la piel.
Así, los investigadores liderados por el profesor Hatfull comenzaron su colaboración con los doctores ingleses, aplicando un tipo muy específico de virus bacteriófago que pudiese atacar las cepas bacterianas que estaban causando la infección tanto en el paciente como en otro también afectado de fibrosis quística y a su vez con un cuadro de infección tras doble trasplante de pulmón. Ambos pacientes presentaban otra característica en común: no estaban respondiendo a los antibióticos con los que se suponía podrían eliminar la infección. Además, tal como apunta Hatfull, no se trataba de la primera vez que los pacientes desarrollaron las infecciones, habiéndolas padecido años antes. Sin embargo, hasta la cirugía pudieron ser contenidas mediante empleando los tratamientos habituales para estos casos.
El contacto de los profesionales médicos ingleses con el equipo de Hatfull no fue casualidad: ya conocían sus investigaciones en torno al tratamiento de la tuberculosis con bacteriófagos, estudios estrechamente vinculados con la patología de los pacientes ya que tanto en la tuberculosis como en la infección post-cirugía el culpable tenía un nombre en concreto: el mycobacterium.
Identificados los bacteriófagos capaces de eliminar esta cepa bacteriana en concreto, se procedió a aplicarlos en los pacientes. Aunque uno de ellos falleció antes de poder identificar los virus más efectivos para el tratamiento, el paciente de 15 años respondió de forma positiva a uno de los tres tipos de virus inoculados. Para hacerlo totalmente eficiente, el equipo de Hatfull modificó los genes de los dos virus menos efectivos de tal forma que pudieran responder con la misma eficacia que el que demostró los mejores resultados. Al cabo de seis semanas, la infección desapareció completamente.
Hatfull y su equipo se han mostrado muy esperanzados con los resultados obtenidos, aunque siguen siendo cautos con respecto a esta terapia innovadora ya que, como apuntan, aún queda mucho trabajo que hacer en lo relativo a la identificación de los virus bacteriófagos más adecuados para cada patología bacteriana.