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Somos lo que vivimos: las experiencias adversas podrían modificar nuestros genes

Ciencia, cultura y sociedad
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Dicen que somos lo que comemos y, desde hace un tiempo, la ciencia también se ha centrado en ir un paso más allá, uno, quizá, un poco más abstracto, tratando de averiguar si también somos lo que vivimos. Por ahora contamos con bastantes indicios que apuntan en esta dirección, uno de los más evidentes (y cotidianos) las múltiples formas en que el estrés afecta a nuestro organismo. O, directamente, si nos referimos al fenómeno de la psicosomatización.

Sin embargo, parece que el foco ahora se ha puesto no tanto en las consecuencias como en el tiempo: ¿es posible que nuestros genes sufran modificaciones causadas por situaciones de estrés social vividas en el pasado?

Jenny Tung, profesor de biología y antropología evolutiva de la Duke University de Durham y Luis Barreiro, de la Universidad de Chicago (ambos centros ubicados en EE.UU.), han presentado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences un estudio donde afirman que los genes de monos Rhesus sufren modificaciones destacables tras haber experimentado adversidades sociales durante un periodo de tiempo significativo.

A través de esta investigación, el equipo de Tung y Barreiro ha tratado de responder a la pregunta del tiempo que pueden abarcar los efectos de las situaciones estresantes en un organismo. Para ello, se empleó en el estudio a 45 monos Rhesus del Yerkes National Primate Research Center de Atlanta, analizándose los efectos que en los animales tenía el mantener una posición inferior en la escala social de la biología de los macacos.

Esta familia de macacos, al igual que otras tantas, presenta una jerarquía establecida en primer lugar por una competición por el rol social dominante. Una vez establecidos los roles, queda patente la existencia de hembras capaces de conseguir los recursos y el espacio que deseen y otras subordinadas a éstas.


 

Durante el experimento, los investigadores dividieron a los macacos hembra en grupos de cinco individuos que no se conocían entre sí, introduciéndolos uno a uno ya que, al parecer, este grupo de animales tiene la capacidad de considerar “senior” a los sujetos que saben que forman parte mismo desde hace más tiempo.

Como era de esperar, los miembros más antiguos del grupo evidenciaron su posición de superioridad frente a las nuevas incorporaciones. Transcurrido un periodo de tiempo, los cinco grupos fueron modificados, alterando el orden social que ocupaban los macacos al principio.

Tras esta primera fase, los científicos analizaron muestras de sangre tomadas a los animales y divididas en tres grupos: muestras de control, muestras donde se incubó un compuesto que imita una infección bacteriana y un tercer grupo donde se incluyó un compuesto que reproducía una infección vírica.

El resultado fue realmente sorprendente: la respuesta inmunológica a las bacterias y los virus de los monos con un estatus social inferior al principio, pero superior posteriormente, resultaba mucho menos eficaz como aquellos que mantuvieron una posición alta en la escala todo el tiempo.

Además, el análisis de la secuenciación del ARN mostró cómo se produjeron cambios en la expresión de 3.735 genes, siendo la cifra de 5.322 en las muestras de infección bacteriana y de 2.694 en las de infección vírica.

Con estos resultados sobre la mesa, tanto el profesor Tung como el profesor Barreiro no dudan en plantear la ya más que sólida posibilidad de que las experiencias sociales adversas pasadas dejen una huella genética indeleble también en los seres humanos.