Enfrentarse a la amenaza o escapar. La elección parece sencilla pero implica una serie de complejos mecanismos que, a lo largo de millones de años de evolución, han compartido prácticamente todas las especies animales. Por supuesto, también el ser humano, donde la palabra clave en esta respuesta a una situación de riesgo o estrés extremo siempre ha sido “adrenalina”, la hormona y componente más conocido en este mecanismo de respuesta ante un riesgo imprevisto. Sin embargo, no es la única. Cuando nos hallamos en este tipo de situaciones, el sistema nervioso simpatético envía una señal a las glándulas adrenales, las cuales liberan adrenalina y cortisol en respuesta, provocando un aumento de la temperatura corporal, de la energía disponible en la sangre (gracias al aumento de glucosa) y mayores ratios de latidos y frecuencia cardiaca.
Hasta ahora el proceso parecía tener bien claro a sus actores. No obstante, un estudio publicado en la revista Cell Metabolism por el doctor Gerard Karsenty, profesor del Departamentod de Genética y Desarrollo en la Columbia University Irving Medical Center de Nueva York, ha puesto el foco en un participante desconocido hasta la fecha: la osteocalcina.
La investigación del doctor Karsenty partía de una observación de lo más lógica: las hormonas glucocorticoides, como el cortisol, actúan de forma lenta en nuestro organismo, necesitando horas para regular los procesos psicológicos, un aspecto que parece contradictorio con la necesidad de una respuesta inmediata en caso de peligro.
Gerard Karsenty, profesor del Departamentod de Genética y Desarrollo en la Columbia University
Irving Medical Center de Nueva York.
Así, la atención de Karsenty y su equipo se centró en la hormona de la osteocalcina, derivada del conjunto óseo y que numerosos estudios han involucrado en un amplio rango de procesos fisiológicos, desde la secreción de insulina a la función cerebral o la fertilidad masculina. Evidencias que refuerzan la cada vez más aceptada visión del esqueleto como algo más que una estructura de soporte y protección, sino también como un creador de hormonas fundamentales en procesos en los que aún no sabemos que se encuentran involucradas.
Para tratar de discernir la importancia del papel de la osteocalcina en los procesos de estrés, los investigadores midieron los niveles de la hormona en ratones expuestos a condiciones de riesgo en un entorno de laboratorio. Además, también se midieron los niveles en 20 voluntarios humanos antes y 30 minutos después de ofrecer una charla de cara al público. En todos los casos se observaron aumentos en los niveles de osteocalcina, pero no en los de otras hormonas derivadas de la estructura ósea.
Con este primer indicio, el equipo de Karsenty dio el siguiente paso: exponer a situaciones de estrés a ratones genéticamente modificados para no producir osteocalcina. El resultado: no se observó una respuesta psicológica propia a un entorno de riesgo. Con este segundo hallazgo algo quedaba claro y es que sin osteocalcina el mecanismo de reacción ante una situación de riesgo no funcionaba con normalidad. ¿Y qué ocurría cuando suprimían la segregación de adrenalina y cortisol? Que la respuesta sí se mantuvo adecuada.
Sin duda, el hallazgo supone toda una pequeña revolución, una que permita abrir nuevas vías de investigación sobre el papel que pueden ejercer en los diferentes procesos fisiológicos del cuerpo zonas sobre las que hasta ahora no se ponía el foco, como la estructura ósea.